La cultura Santa María se desarrolló al noreste de la región de Catamarca, vecina a la provincia de Tucumán, en el actual noroeste Argentino. Se trata de una región principalmente seca y muy montañosa, con grandes mesetas elevadas.
La cultura Santa María se desarrolló al noreste de la región de Catamarca, vecina a la provincia de Tucumán, en el actual noroeste Argentino. Se trata de una región principalmente seca y muy montañosa, con grandes mesetas elevadas.
El manejo de una agricultura que incorporaba terrazas de cultivo y sistemas de regadío permitió a Santa María sustentar a una considerable población y, a la vez, generar excedentes que eran guardados en silos subterráneos para intercambios o épocas de carestía de alimentos. Cultivaron diversas variedades de maíz, papas, porotos, quínoa y zapallos, y recolectaron de manera intensiva los frutos del algarrobo y el chañar. También fueron excelentes ganaderos, utilizando distintos nichos ecológicos para abastecer de forraje al ganado. La disponibilidad de llamas como animales de carga para realizar caravanas, les permitió, además, desarrollar un fuerte intercambio económico y cultural con distintas pueblos.
La metalurgia del cobre, el oro y la plata fueron sus artesanías más desarrolladas, aunque esta cultura es especialmente conocida por bronces de muy buena calidad. Este era utilizado para la elaboración de objetos suntuarios y ceremoniales como discos o campanas decoradas. También se elaboraban pinzas depilatorias de cobre y los altos mandatarios se adornaban con brazaletes y pectorales de metal, collares y hachas «insignias» decoradas con rostros humanos y serpientes. Su cerámica más notable son las grandes vasijas utilizadas como urnas funerarias, que se hallan profusamente decoradas con diseños que alcanzan un gran nivel de abstracción y complejidad, aun cuando insinúan motivos figurativos, principalmente personajes con escudos y diseños serpentiformes.
Los diseños en la cerámica y las piezas de metal representan la importancia simbólica de determinadas figuras humanas, serpientes bicéfalas y animales como el sapo o el suri o avestruz andina. A juzgar por su representación común en la urnas, estos motivos eran parte importante de los ritos funerarios y del culto a los muertos. Los primeros cronistas españoles que llegaron a esta región señalan que los difuntos eran velados por varios días y luego enterrados con trajes, adornos y ofrendas de alimentos, bebidas y objetos. Los entierros de adultos eran en cámaras funerarias cilíndricas que se abrían reiteradamente para alojar nuevos difuntos. Los niños eran inhumados en urnas o en verdaderos sarcófagos de cerámica preparados con anticipación. Muchas de estas urnas funerarias eran decoradas con caras antropomorfas modeladas o con motivos zoomorfos y geométricos pintados.
Si bien establecieron muchos villorrios de pocas casas, unos pocos sitios muestran un desarrollo urbano considerablemente mayor. La población asentaba en cerros con líneas de defensa en sus laderas, en mesetas o mayoritariamente en casas dispersas a lo largo de los cursos de los ríos. Las viviendas eran construidas principalmente de piedra, mediante pircas de doble paramento. La unidad básica estaba compuesta por dos o tres habitaciones rectangulares que desembocaban en un recinto mayor a modo de patio.
El surgimiento de la cultura Santa María se relaciona, aparentemente, con las influencias llegadas por medio de múltiples vías de comunicaciones con distintas regiones culturales del sur andino, las cuales eran mantenidas desde la época de Aguada. Hacia 1430 el Inca entra en contacto con la población de esta cultura, trayendo cambios tanto en el aspecto material como en el sociopolítico, aunque el núcleo cultural fundamental y la lengua de estas poblaciones no se modificaron hasta la llegada de los conquistadores europeos.