José Berenguer: “Hasta en el más desierto de los desiertos siempre se encuentra algo”
José Berenguer es curador jefe del Museo Chileno de Arte Precolombino y uno de los arqueólogos de la investigación Navegantes del desierto: cuando el cielo se inscribe en el camino, que comprobó la existencia de saywas astronómicas en el desierto de Atacama.
La expedición, a cargo de la historiadora Cecilia Sanhueza, investigadora adjunta del Museo Precolombino, sorteó la altura, aridez y temperaturas extremas del desierto para poder afirmar que las saywas, columnas de piedra construidas hace 500 años por los incas, están relacionadas con los equinoccios, solsticios y otros eventos astronómicos, a través de su alineamiento con el sol al amanecer y mediante la sombra que sus rayos proyectan sobre el suelo.
¿Cuándo comenzaste a trabajar con Cecilia Sanhueza, investigadora de este proyecto?
El año 2001 invité a Cecilia a trabajar en un proyecto Fondecyt sobre el Camino del Inca en la Región de Antofagasta. Ella no es una etnohistoriadora típica, que se queda en el escritorio trabajando solo con documentos, sino que tiene experiencia en terreno, tiene mucha práctica de trabajar con arqueólogos en campo. En vista de eso, la invité a ese proyecto y después al siguiente, en el primero de los cuales recorrimos el Camino del Inca del valle del Alto Loa centímetro a centímetro, metro a metro. Era la primera vez que se hacía y nos tomó varios meses, fueron más de 150 kilómetros. Ella recorrió ese trayecto palmo a palmo con todos nosotros y en el transcurso de ese trabajo se fijó en las saywas que había junto al camino. Al final terminó haciendo su tesis doctoral sobre este tema. Diez años después, cuando se trasladó de San Pedro de Atacama a Santiago, le ofrecimos que siguiera con su investigación sobre las saywas bajo el alero institucional del Museo. Y ella me invitó a participar en su investigación. Mientras ella se concentraría en las actividades o interacciones entre las saywas y ciertos fenómenos astronómicos, yo haría la arqueología de esos tramos de camino incaico.
¿Cómo fue la experiencia de las idas a terreno?
Bastante buena, porque logramos conformar un equipo muy experimentado. Con el apoyo de BHP/Minera Escondida, montamos expediciones integradas por arqueólogos y también por astrónomos y fotógrafos de ALMA, además de contar con asistencia logística de CONAF. Fuimos a lugares muy altos, y sobre todo desolados, en medio del “Gran Despoblado de Atacama”, que es como llamaron los españoles a esa zona del desierto al verla tan seca, árida e improductiva. En la primera expedición, por ejemplo, estuvimos prácticamente una semana y en todo ese tiempo no vimos a ninguna persona. Un animalito por ahí y algún avión de línea cruzando el cielo, nada más. Para nosotros era un lugar muy especial, porque habíamos leído las crónicas de los españoles que describían este desierto enorme, fiero, donde paradojalmente los incas habían trazado su camino. Nosotros, con equipos del siglo XXI, camionetas, carpas, dispositivos para combatir las bajas temperaturas y todas las comodidades que hoy día existen para este tipo de expediciones, tuvimos problemas con la altura y el frío, y eso que la primera vez fuimos a comienzos del otoño y no durante el invierno. En algunos momentos nadie podía dormir por la puna o “soroche”. Aun con todo ese equipamiento, pudimos percibir algo de lo que deben haber experimentado los españoles e indígenas que pasaron por ahí en 1536 con Diego de Almagro o en 1540 con Pedro de Valdivia. Estábamos acampados en la ladera oriental de la cordillera de Domeyko, un lugar muy interesante, por donde pasaron registrando el camino inca arqueólogos como John Hyslop y Hans Niemeyer a principios de la década de los 80. Pero nuestra aproximación a este eje vial fue diferente a la de ellos, en el sentido de que no nos interesan solamente los tambos, tambillos, chaskiwasis y otros sitios de enlace, sino también las características físicas de la arteria y su trazado específico.
¿Cómo fue para ti el momento en el que logran comprobar la hipótesis de la investigación, cuando sale el sol y se traza una línea perfecta entre las saywas?
Fue un momento literal y figurativamente estelar para todos nosotros. Eso es lo que tiene de fascinante la investigación científica, porque después de las conjeturas, de la teoría, de hipotetizar diferentes maneras de cómo se podría presentar el fenómeno que se está investigando -en el caso de Cecilia Sanhueza, anticipar la posible asociación entre estas columnas de piedra incaica y ciertos fenómenos astronómicos-, lo que todo investigador busca es la evidencia que confirma la hipótesis. Nos preparamos para eso, sabíamos que venía, lo teníamos claro porque eran fechas fijas, una de ellas el equinoccio de otoño que es una de las dos veces en que el sol “pasa” por el Ecuador en su trayectoria por la eclíptica. Fuimos en marzo a Vaquillas, un lugar ubicado más o menos a la altura de Taltal, pero en la alta cordillera. Integraba el equipo Jimena Cruz, que es una investigadora atacameña de San Pedro de Atacama. El timing fue extraordinariamente bueno, porque nos instalamos junto a las saywas de noche, cuando aún estaba oscuro. En un momento la corona del sol comenzó a recortarse en el oriente, en la Cordillera de Los Andes, y Jimena Cruz realizó un rito de “pago a la tierra”, que consistía en hacer una “mesa” ritual andina con hojitas de coca, alcohol y cigarros. Cada miembro participó en la ceremonia. Cuando el último de los 10 integrantes de la expedición terminó de realizar su parte del ritual, justo entonces empezó a salir el sol. Por eso digo que el timing fue perfecto. El sol salió por el cerro Lastarria, perfectamente alineado con las dos saywas. En seguida, la sombra de una de ellas comenzó a proyectarse sobre el suelo hasta tocar la otra. Fue impactante, salió exactamente como predecía la ciencia. Este es un logro extraordinario. De ahí se origina una serie de nuevas hipótesis, tales como por qué y para qué fueron construidas esas saywas, qué pasa cuando el sol sale, por ejemplo, en el solsticio de invierno o de verano, y la sombra se proyecta hacia otro lado, formando un ángulo con la proyección anterior. Esperamos conseguir fondos para poder continuar con esta investigación.
¿Por qué es posible afirmar que existe un elemento calendárico?
En realidad, no lo sabemos exactamente. Quizás es porque cuando se tiene un ángulo por donde pasa el sol en el solsticio de invierno, el solsticio de verano y los equinoccios, se puede subdividir este ángulo en partes iguales, fijando en el suelo todos los meses del año. Pero nuestra pregunta fundamental es ¿por qué venían a este lugar tan despoblado, tan al sur, a edificar estas columnas de piedra? Es difícil que los incas hayan privilegiado esta zona por la nitidez de sus cielos, como lo hace hoy en día la astronomía mundial, pero la coincidencia en seleccionar esta zona ahora y también hace 500 años no deja de ser una cuestión interesante. Por lo general, lo más importante de la investigación científica no son tanto las respuestas como la calidad de las preguntas. Y esta es una pregunta de calidad, porque apunta al conocimiento sobre la sociedad, el tiempo, el calendario, el espacio y el cielo.
Que son las mismas preguntas que nos seguimos haciendo hoy y que ya se hacían los Inca.
Correcto. En ese sentido, yo diría que hay una gran alegoría. Hoy en la Región de Antofagasta hay una gran presencia de observatorios astronómicos y en Chile se ha ido generando una “cultura de los cielos”, estamos produciendo científicos en un número mucho mayor, que están preocupados de la astronomía. Pero resulta que este no es un tema reciente, sino que, como demostramos con la reciente exposición Taira, el amanecer del arte en Atacama, hace 2.500 años ya había una preocupación por la astronomía. La astronomía no es un tema de unas pocas décadas atrás, sino de hace unos cuantos milenios en Atacama. Con los incas es lo mismo, eso es fundamental decirlo. La astronomía moderna no está directamente ligada a la subsistencia, la economía, la religión y/o la política. En el pasado, en cambio, todo este conocimiento era aplicado para esos fines.
¿Qué destacarías de los logros de esta investigación?
Hay varias cosas. A mí me pone muy feliz el logro alcanzado porque estoy dedicado a investigar la vialidad prehispánica del norte de Chile hace 25 años, desde mi tesis doctoral. Estudiando los senderos troperos, que son vías de circulación que se adaptan a la forma del terreno, o sea, que no son planificados sino que hechos por el trajinar de los transeúntes, me di cuenta que entre las aldeas, que nosotros llamamos “nodos”, había espacios que se consideraban vacíos pero que están llenos de restos rituales, entierros antiguos, ofrendas, petroglifos, incluyendo columnas. Reparamos en que estos espacios eran lo menos vacío que hay. Esa constatación originó el concepto de espacios de internodal que hemos trabajado con otros dos colegas; dejamos de hablar de “espacios vacíos”, estériles o improductivos, que son conceptos valorativos que han dado pie para que los Estados Nacionales superpusieran sus territorialidades sobre las territorialidades indígenas. Los estudios de camino han mostrado que el hecho de que un espacio sea percibido como vacío por la sociedad no significa que para los indígenas también lo sea. Los espacios vacíos o “internodales” nunca están vacíos. Hasta en el más desierto de los desiertos siempre se encuentra algo. Esa es la noción general que este tipo de investigación ayuda a comprobar. Además, aquí hay elementos que dicen relación con el mayor imperio prehispánico de América y con la estructura más grande construida en el continente por las comunidades indígenas: el Camino del Inca.
Entrevista: Oriana Miranda