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La historiadora que mira hacia el cielo

Licenciada en Historia en la Universidad Católica y doctora en Historia con mención en Estudios Andinos en la Universidad Católica del Perú, Cecilia Sanhueza se ha especializado en estudios sobre culturas indígenas del norte de Chile, especialmente al interior de la actual Región de Antofagasta.

Hace más de 15 años que estudia los Caminos del Inca, acompañando las investigaciones del arqueólogo José Berenguer, curador jefe del Museo Precolombino. “Esto inició con un proyecto con José Berenguer el año 2000. Desde ahí, empezamos a encontrar una serie de materiales en el camino que fueron llamando mucho nuestra atención y yo me empecé a especializar en ciertos temas específicos. Así fue como terminé estudiando arqueoastronomía, que es lo que estoy haciendo actualmente”, cuenta.

¿Cuándo comienza tu vínculo con el Museo?

Desde que el Museo empezó, más o menos. Yo estaba en la universidad y era alumna de Carlos Aldunate y de José Luis Martínez, que trabajaba aquí también. Desde ahí empezaron los vínculos, porque empecé a participar en proyectos de investigación con ellos. He trabajado mucho sobre movilidad, sobre arrieros indígenas, sobre el periodo colonial, sobre el siglo XIX, no ha sido solamente el Camino del Inca, sino que es un recorrido bien amplio por la historia de la zona.

¿Cómo surgió la idea de realizar esta investigación? ¿Cómo llegaste a fijarte en particular en las saywas del desierto de Atacama?

El año 2003, estudiando el Camino del Inca de la región del río Loa, nos encontramos con dos saywas que estaban a ambos costados del Camino y que dibujaban una línea que seguía más allá, cruzándolo transversalmente. Supusimos que estábamos en presencia de algo bien significativo, pero no sabíamos qué. Lo interpretamos como una especie de deslinde o frontera, cosa que es efectiva, porque muy probablemente una de las funciones de las saywas era marcar fronteras, territorios. José Berenguer me dijo “bueno Cecilia, desde la etnohistoria ve qué puedes investigar sobre eso”. Yo pensé que no iba a encontrar nada, ¿qué material iba a encontrar en documentos que hablaran de estas columnas, de estas torres, que me pudieran dar alguna señal? Y, la verdad, es que encontré bastante más información de la que hubiese esperado. Estas columnas estaban descritas por varios arqueólogos, no sólo en este lugar sino también en otros lugares del Camino del Inca en la Región de Atacama, y eran consideradas indicadores de ruta en caso de que el camino se borrara. A raíz de eso, empecé a investigar sobre las columnas, a recorrer todo lo que se había publicado o dicho, que no era mucho tampoco. Sobre todo, empecé a trabajar con antiguos diccionarios del quechua y del aymara de los siglos XVI y XVII que llamaban a estas columnas saywas. Esos documentos me permitieron acercarme a la relación entre estos artefactos y el sistema astronómico del Cusco y entender que estaban asociados también con la astronomía. Ahí me di cuenta que saywa también era el nombre que se daba a las columnas astronómicas del Cusco. El Cusco estaba rodeado en sus afueras por columnas donde se medía el tiempo y se elaboraban los calendarios, se predecían los equinoccios, los solsticios, la época de la siembra, la cosecha, eran muy importantes. Lo interesante fue encontrar estos dispositivos en el Camino del Inca, o sea, fuera de las grandes ciudades, en lugares despoblados donde no había mayor movimiento aparente pero que fueron seleccionados por los Inca para instalar estas saywas astronómicas.

En los viajes a Vaquillas y Ramaditas: ¿qué significó para ti comprobar la función astronómica de las saywas?

En el caso de Ramaditas, había podido estar en una oportunidad antes pero estaba medio nublado, entonces, aunque se veía la salida del sol, se difuminaba mucho la luz y realmente no podíamos decir que estábamos completamente seguros de que el sol estaba alineado. Volvimos a Ramaditas ahora y pude vivir por segunda vez la experiencia, fue tremendamente emocionante. La que fue la más emocionante de todas fue la de Vaquillas: ahí se trata no del solsticio de invierno como en Ramaditas, sino del día del equinoccio. Íbamos con los dedos cruzados esperando que el lugar de las dos saywas centrales coincidiera con la salida del sol y así fue, coincidió perfectamente. Fue una emoción súper grande, el premio a muchos años de trabajo, de dedicación y de búsqueda.

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Momento exacto de la salida del sol en Vaquillas. ©ArminSilber

¿Qué propone tanto tu investigación como los estudios de camino sobre el concepto del “despoblado” de Atacama?

Para los españoles, la idea del despoblado se refiere a un lugar donde no hay aglomeraciones humanas, pueblos o aldeas, lugares donde no viven cantidades importantes de personas, porque eso es para ellos habitar un espacio. Por lo tanto, estas zonas donde no encuentras aldeas, donde no hay restos de asentamientos humanos más permanentes, para ellos es el fin del mundo, donde no existen riquezas, no se puede hacer agricultura ni ganadería. Sin embargo, en estos territorios hay una serie de otros recursos que son muy valiosos y que lo fueron también para los Inca y los españoles cuando los descubrieron, como la minería y la caza de animales silvestres, como la vicuña y el guanaco. Además, estamos hablando de culturas que tienden a sacralizar el entorno por el cual se desplazan. Por lo tanto, toda esa zona del despoblado estaba extremadamente sacralizada, sobre todo por las montañas sagradas de la Cordillera de Los Andes que rodeaban todas estas regiones. Es así como en lugares tan despoblados, un volcán como el Llullaillaco que tiene más de siete mil metros de altura, tiene un santuario incaico con ofrendas humanas. Eso significa construir un nuevo entorno, un nuevo paisaje, un nuevo territorio cargado de significados sagrados que para los españoles podría no significar tanto como para los indígenas.

O para los habitantes actuales del territorio.

Sin lugar a duda, de todas maneras todavía tiene ese mismo significado, aunque cada vez se está explotando menos debido a la falta de agua. Hay zonas en las quebradas donde todavía hay estancias, pequeñas casitas que la gente se construía cuando iba con su ganado y pasaba las temporadas de verano alimentándolo en riachuelos que todavía existen. Eso es un tesoro en este tipo de lugares. Eran lugares que sí eran habitables y habitados por las personas de las culturas andinas.

En Tocomar, si bien no fue posible comprobar la salida del sol por problemas climáticos, se encontraron piezas de basalto bajo las piedras derrumbadas. ¿Cuál es la importancia de este hallazgo?

Hasta el momento, casi todas las saywas que nosotros conocíamos estaban semi destruidas. En muy pocos casos bastante mantenidas, con una altura de 1.20 centímetros más o menos, como en Vaquillas o en Ramaditas, donde están bien conservadas. Como su parte superior es totalmente lisa, supusimos que en algún momento del ritual se ponía algo sobre ellas. Hubo una foto sacada por Tom Lynch, arquéologo norteamericano de los años noventa, donde aparecen saywas que tienen arriba una pieza lítica de distintos materiales. Las que nosotros encontramos son de basalto y estas se ponían sobre las saywas. Probablemente, la función de estas piezas tiene que ver con el momento mismo de la salida del sol, porque proyectan sombra al igual que la saywa misma. Seguramente estas piezas servían para marcar una linealidad en esa sombra, que hacía más precisa la observación de los movimientos del sol. Ahora, la mayoría de las veces se las robaron, se las llevaron, no han sido encontradas. Estas de basalto son las únicas que hemos encontrado en muchos años de investigación, por lo que tienen un valor muy importante.

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Pieza de basalto encontrada en Tocomar.

¿Cómo esta investigación aporta al cuidado y protección patrimonial las saywas?

Varias saywas estaban destruidas desde la época de los españoles porque eran idolátricas, estaban asociadas al sol y a todo un ritual considerado como demoniaco, por lo que muy frecuentemente los sacerdotes las destruían o instalaban cruces sobre ellas, para cambiar su significado religioso. Por una parte está ese problema inicial, el problema segundo son las intervenciones que pueda hacer la gente ahora, sobre todo cuando se descubra el significado astronómico que tienen. Todas las personas que vayan van a querer llevarse un recuerdito, llevarse una pieza de la saywa. El hecho de dar a conocer estos descubrimientos significa necesariamente tomar medidas de protección. Eso escapa absolutamente a mis posibilidades, entonces lo que estamos pensando en futuros proyectos es desarrollar un trabajo en conjunto con las comunidades y el Consejo de Monumentos Nacionales, todo lo que sea necesario para iniciar una política de protección donde las comunidades estén directamente involucradas.

¿Cuál fue la importancia de contar con un equipo multidisciplinario en esta investigación?

Fue fundamental. Yo estuve mucho tiempo trabajando las saywas antes de detectar que eran astronómicas, ya de por si tenían un montón de cosas bien interesantes. Cuando estaba trabajando en mi tesis de doctorado y empecé a sospechar que estaba frente a columnas astronómicas, tomé contacto con astrónomos de Alma y les hice las preguntas de rigor enviándoles todos los datos. Hice una ficha sobre cada una de las saywas, su ubicación, sus medidas, su orientación. Ellos colocaron esos datos dentro de un programa computacional, calculando en qué fecha el sol coincidía con la posición de las saywas. Yo les dije «busquen por el lado de los equinoccios y los solsticios, primero que nada, que sería lo más sospechoso». Efectivamente, empezaron a encontrar que por la ubicación y la orientación que tienen, estaban alineadas con esos eventos. Fue una experiencia muy importante, me hicieron entrar en pie derecho y afirmar que mi hipótesis era la correcta y la que había que seguir. Los invité a terreno porque estaba en deuda con ellos y porque varios ojos y varias cabezas piensan mucho mejor que una. Así, podía haber un intercambio mucho más fluido entre lo que estábamos viendo y la forma de apreciar cada uno de estos fenómenos que tiene cada disciplina en particular. Los arqueólogos descubren ciertas cosas, ven ciertas cosas. Yo me he formado con arqueólogos pero también soy historiadora y trabajo mucho con documentos, fue a través de los documentos que pude llegar a esto. Y los astrónomos, por supuesto, entregan sus conocimientos astronómicos que son fundamentales. El trabajo multidisciplinario es el tipo de trabajo con el que hay que abordar estos temas de estudio.

¿Qué nos dicen los descubrimientos de esta investigación sobre el Camino del Inca?

Nos dicen que el Camino del Inca sigue siendo cada vez más complejo de lo que pensábamos. No es sólo un trazado que comunica un punto con otros más lejanos, sino que también cumple un rol simbólico y ritual tremendamente importante, porque cada vez que el sol salía por el lugar donde se encuentran estas saywas, debió haberse realizado algún tipo de ceremonial. El Camino del Inca es mucho más que un camino, es una vía de comunicación y transmisión de contenidos religiosos, ideológicos, rituales y ceremoniales, lo que se hace presente incluso en los lugares más apartados. Sobre las saywas, hay muchas cosas que todavía no sabemos. ¿Por qué están ahí, en pleno desierto? ¿Por qué, hasta el momento, no se conocen saywas en otros lugares del Camino del Inca? He presentado mis estudios en encuentros con especialistas del Camino del Inca y ninguno de ellos tiene conocimiento de haber visto algo similar. Puede ser una cosa propia del desierto de Atacama, que por alguna razón los Inca decidieron instalar las saywas ahí.

¿Tienes alguna hipótesis sobre ello?

Es muy probable que la decisión de instalar las saywas en el medio del desierto esté asociada con el establecimiento de fronteras, y situaciones políticas como esas tienen que ser ritualizadas. En la cultura andina todo es ritualizado, el quehacer cotidiano muchas veces está lleno de ceremoniales. Entonces, como buenos lugares de hito de fronteras, tenía que dárseles la connotación que merecían. En ese sentido, la presencia del sol, una de las principales divinidades de los Inca, en ese lugar donde se estaba estableciendo una frontera, era una forma de sacralizarlo con mayor poder y mayor fuerza. Esto nos dice que en zonas como el despoblado de Atacama hay fronteras aunque uno las distinga, pero la gente que conoce de allí sabe todos los recursos que hay, y por lo tanto, que es importante distribuirlos territorialmente. Por otra parte, el desierto de Atacama es una zona de frontera climática muy importante: hacia el sur comienza a desaparecer el invierno boliviano y empiezan a producirse las lluvias de invierno. Es muy posible que los Inca hayan tenido conciencia de que esa era una zona de frontera climática y por tanto las saywas de Vaquillas pudieron haber tenido mucha relación con marcar esa frontera en un punto donde efectivamente te das cuenta de que hasta la botánica empieza a cambiar. Ellos eran grandes observadores y tomaban mucho los conocimientos locales, es muy probable que la población atacameña local hacia milenios que sabía perfectamente que esa era una zona de frontera climática, entonces los Inca se apropian de ese discurso, lo hacen suyo y lo sacralizan a través de la presencia del sol.

Texto y foto principal: Oriana Miranda