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Marcelo Arriola: «Esta exposición es un reflejo de cómo una comunidad vive de su tierra»

Marcelo Arriola es fotógrafo independiente, especializado en lo social y cultural. Después de trabajar en la dirección de arte de cine y publicidad en Barcelona, decidió dedicarse tiempo completo a su verdadera pasión: la fotografía, lo que lo llevó a viajar por Europa, África, Asia y América Latina y a ingresar a la carrera de Antropología en la Universidad Nacional de Córdoba, con el objetivo de profundizar sobre el valor documental de las imágenes.

En una visita a la Escuela Intercultural Trañi-Trañi en Temuco conoció al antropólogo Eduardo Pino, coordinador del equipo de Corparaucanía. Ahí nació la invitación que lo hizo formar parte del proyecto “SUMAK KAWSAY” “KUME MONGEN“Construyendo caminos de soberanía y seguridad alimentaria con identidad cultural”, iniciativa conjunta de la Agencia de Cooperación Internacional de Chile (AGCI) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que trabaja con 43 familias de la comunidad aymara de San Miguel de Alpaccollo en Puno, Perú.

En Una mirada desde el buen vivir, su primera exposición en Santiago, Marcelo captura la experiencia de más de dos meses de convivencia en el altiplano, marcada por el cariño, la gratitud y la cordialidad.

¿Cómo comenzaste a interesarte por la fotografía?

Mi hermano mayor era aficionado a la fotografía. Cada vez que se iba, dejaba su cámara en su habitación y yo iba y se la robaba y jugaba a ser fotógrafo. Con el tiempo tenía mi cámara propia, estaba estudiando cine en Bacelona y los tiempos libres que tenía los aprovechaba para salir y viajar por cualquier parte tomando fotos. Hasta que me di cuenta de que quería que eso se trasladara a algo más cotidiano, no que tuviera pequeños hitos después de cada proyecto. Llevaba más de nueve años trabajando en el departamento de arte de películas y en publicidad y tomé la decisión de dejar eso para conectarme con las fotos.

Tus fotos están basadas en las personas y en su cotidianidad. ¿Cómo fuiste creando tu mirada fotográfica?

Viene del hogar. Lo social, dentro de mi familia, está súper marcado. Mi padre es adoptivo y siempre quiso hacer lo mismo hacia otros niños. Durante más de 20 años nos proponía a nosotros, sus hijos, que fuéramos a compartir momentos con niños distintos, hasta que en un momento uno de esos niños se quedó a vivir con nosotros. Lo social siempre ha estado, la mirada puesta en el otro, en qué necesita el otro para estar mejor, para tener un mejor pasar. Eso me abrió una ventana y me ha brindado aire fresco, completamente. A partir de ahí, en los 11 años que radiqué en Barcelona, me di cuenta de que allí había muchísimos temas que atravesaban lo social. Había fábricas ocupadas en las que me metía para saber qué pasaba con esas personas en esos momentos en que quizás estuvieron juntando chatarra en la calle. Y en los viajes, comenzó a despertarme muchísimo interés la posibilidad de compartir experiencias con personas que viven en otros entornos culturales, que su cotidiano era completamente diferente. Relacionarme con el otro ha sido mirarlo como una fuente de conocimiento, pensando siempre en qué podemos aprender del otro.

¿Cuánto tiempo pasaste en Puno y cómo fue esa experiencia?

En la primera instancia me quedé dos meses viviendo en la comunidad, a 3.850 metros de altura, con 43 familias. Luego, durante el año, estuve regresando en varias oportunidades y compartiendo más tiempo. Fue una experiencia increíble, siento que tengo 43 familias en el altiplano. Cada vez ha sido más bello el contacto con ellos, nos escribimos, varias posibilidades se han dado para que me elijan de padrino las familias, tenemos una cercanía realmente muy sana. Los acompañé en todas sus tareas cotidianas, no como un investigador ni nada sino que viviendo como se vive en el altiplano, siendo un compañero de sus momentos y compartiéndolos con ellos, yendo al cerro, buscando a los animales. Yo trabajaba con mi cámara en todo lo que era su cotidiano, sus momentos de siembra, de cosecha, en el pastoreo con sus animales, los niños como ejercen su tarea después que vienen del colegio, como ayudan a sus papás en el campo. Me integré completamente y eso siempre se recibió muy bien. Hubo un periodo, obviamente, en que yo era un completo extraño y no venía nadie a visitarme. Al principio me costaba un montón entrar y hacer una foto, porque en esa foto no se veían las cosas que a mí me gusta ver. Era una imagen más dura, si no sabían ni quién era yo. Y claro, después con el tiempo, me iba a jugar el fútbol con ellos, participaba en todo, en las asambleas quincenales, en los cumpleaños, el aniversario, bailaba, estaba dentro del programa de la comunidad. Era uno más. Soy una persona que se entrega a todo y creo que cuando uno tiene esta particularidad de ser así, sensible, e interesarse por el otro, en un momento dado se abren todas las posibilidades y las puertas.

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Marcelo y la comunidad aymara de San Miguel de Alpaccollo.

¿Qué fue lo que más te llamó la atención sobre las vidas de estas 43 familias aymara y cómo se refleja en tus fotos?

Lo que más me llama la atención de poder compartir con ellos es la simpleza con la que viven. Es gente muy trabajadora, que mantiene un conocimiento ancestral de la tierra desde épocas de sus abuelos. Son familias que viven con una austeridad impresionante y que tienen una sonrisa continuamente, te hacen sentir que la vida en el campo es distinta. Uno vive en la ciudad que tiene otras connotaciones, pero cuando permaneces en estos lugares, acompañado de estas personas, logras ver que con lo que tienen están súper bien. Para mí fue un antes y un después el contacto, la información que he tenido de todo lo que ellos me enseñaban. Mi trabajo fotográfico tiene que ver con eso justamente, con como ellos se sienten viviendo en la montaña, con recursos escasos, como transitan su cotidiano con su alegría, con su interés comunitario hacia los otros, como es la comunidad, como van desarrollándose a medida de todo lo que les hace falta. Ellos tienen su propio presidente, su propio teniente, se va rotando la seguridad de la comunidad, van paseando por todos los cerros viendo que no ingresen de otras comunidades con animales o que no ande gente tomando cosas que no les corresponden. Es un trabajo comunitario y se ve perfectamente como lo trabajan y como van compartiendo en sus asambleas los problemas que van encarando día a día. Eso es lo que he plasmado en las fotos, la belleza en la que viven envueltos continuamente.

¿Cómo dirías que este trabajo se vincula con otros que has realizado?

Es muy diferente, porque si bien las imágenes que he estado haciendo anteriormente tienen una connotación social, como esta fábrica ocupada en España, normalmente trabajo un poco los espacios en mi mirada personal y con los pueblos originarios, salvo con la escuela mapuche en Temuco, otro trabajo no había hecho. Esto es un antes y un después, porque me va a brindar herramientas y conocimientos para saber dónde hacer un mejor foco. Tengo ganas de continuar y de seguir desarrollando cosas que tengan que ver con Latinoamérica. Amo Latinoamérica y en Argentina no estoy haciendo tantas cosas como aquí en Chile, entonces hay algo que le debo al país, a la gente, y me gustaría poder enfocarme en eso.

¿Qué esperas sobre la recepción del público?

Me gustaría que las personas aprendieran de cómo se organiza esta comunidad. Creo que ellos son un reflejo de cómo una comunidad vive de su tierra, cría a sus animales, desarrolla a sus niños, porque los niños estudian pero también están ayudándole a la par a los adultos en la siembra, en la cosecha. Es un aprendizaje enorme de cómo puede vivir una comunidad aymara a 3.850 metros de altura, cómo organiza su sistema social, su sistema legal y cómo eso cada uno lo puede tomar como propio. Y poder exhibir en un espacio como el Precolombino, donde se cuidan las culturas, es una bendición enorme. Espero que las personas puedan visitar la exposición y llevarse ese conocimiento de este pueblo que vive en una simplicidad enorme pero que tiene un corazón muy grande y que a mí me ha tratado como si fuese un hijo.

La exposición Una mirada desde el buen vivir se exhibirá en el Portal del Museo Precolombino (Bandera 361, Santiago). Entrada liberada.

Entrevista y foto: Oriana Miranda