En esta exhibición se quiso dar a conocer la riqueza del arte rupestre chileno, que incluye desde los gigantescos geoglifos del desierto de Atacama, hasta las pinturas de manos de la Patagonia. La muestra se montó a partir de un conjunto de grandes fotografías de petroglifos, pictografías y geoglifos, acompañadas de dibujos que pretendían vincular esta particular manifestación artística con aspectos de la economía, la sociedad y la ideología. Fotografías a tamaño natural de los paneles del arte rupestre de Taira recibían a los visitantes en la entrada a la exposición. A partir de esta fecha y hasta 1991, una versión reducida de esta muestra circuló por diversos lugares de Chile y el extranjero.