La arquitectura Inka fue utilizada como medio para dominar y transformar el espacio, expresando poder y dominación a lo largo del Tawantinsuyu. Se la reconoce por sus cánones geométricos ortogonales, el predominio de sólidas edificaciones rectangulares, imponente altura y acabadas terminaciones de fina mampostería. Son características las puertas, ventanas y hornacinas de formas trapezoidales. Los asentamientos se componían de un gran espacio rectangular delimitado por muros, llamado kancha y en su interior se adosaban recintos con diversas funciones, dejando un área central a modo de plaza, hacia donde se orientaban las entradas. Para levantar los muros ocupaban piedras y adobe con extraordinaria maestría. Los techos eran construidos a dos aguas, con vigas de madera y techos de barro y paja. Entre las edificaciones destacaban las kallankas por su gran tamaño. En lugares aireados construían kollkas, depósitos dotados con sistemas de ventilación para la conservación de alimentos. El ushnu era una plataforma ritual, dotada de gran valor ideológico. El vasto territorio del Tawantinsuyu fue unido por el Qapac Ñam o Camino Inka, el que incluía complejas obras de ingeniería como puentes y escalinatas; los tambos, ubicados a intervalos regulares a lo largo del camino, servían como postas y se componían de habitaciones y corrales. En Chile, los asentamientos inkaicos suelen encontrarse separados de los locales, revelando una intención de diferenciarse de la población. Poco más al sur de Santiago, existen tres pukara (Chena, Chada y Cerro Grande de la Compañía), ubicados estratégicamente en colinas con excelente vista a los valles, que sirvieron de fortificaciones y a la vez como emblemas de la autoridad Inka. Estos sitios marcan la frontera sur que alcanzó el Tawantinsuyu y reflejan también las situaciones de conflictos limítrofes que debieron existir con las poblaciones locales.