Hacia 1000 a.C., surgen en el noroeste argentino las primeras comunidades aldeanas de pastores y agricultores, un modo de vida que más tarde se difundiría por todo el territorio. Estas culturas produjeron extraordinarias obras de arte en piedra, cerámica y metal, lo que revela una próspera economía, capaz de solventar a un floreciente sector artesanal de alta sofisticación productiva. La agricultura y el pastoreo produjeron riqueza social, pero el intercambio de larga distancia permitió su aumento y diversificación. Las culturas formativas de esta región de Argentina desarrollaron un intenso tráfico comercial con los pueblos que habitaban el desierto chileno, desde el río Loa hasta el río Copiapó. Mediante caravanas de llamas transportaron maderas finas, semillas alucinógenas, conchas de agua dulce, plumas de aves tropicales, pieles de cocodrilo, plantas medicinales y una variedad de manufacturas, tales como vasos de madera, tejidos, objetos de bronce, vasijas decoradas y cestería. A cambio de estos productos exóticos, las gentes de Atacama proporcionaron productos del mar, sal, guano, vainas de algarrobo, frutos de chañar, piedras semipreciosas y otros minerales.