Flautas, trompetas, tambores, sonajeros de calabaza y de metal forman parte de los instrumentos musicales de los Andes prehispánicos. La kena es la flauta más antigua de los Andes. Su simplicidad la hace muy versátil, capaz de asumir el papel de la voz humana, sus melodías y su emoción. El siku o antara, de varios tubos, fue el instrumento ritual más importante. En las culturas Parakas y Nasca se desarrollaron diminutas ocarinas dobles en forma de vencejo, que producen un agudísimo silbido disonante, de gran intensidad, apropiado para lograr estados de trance, como los que aún se obtienen en las fiestas religiosas de los Andes del sur. La voz potente y penetrante de la trompeta de caracol o putu, de firme timbre pastoso, es hoy señal de alerta y anuncio de autoridad. En la actualidad, el poder del instrumento está asociado al mar, al agua y la lluvia, al trueno y la montaña. Su elaborada reproducción en cerámica es reflejo de la importancia ritual y simbólica que tuvo en tiempos prehispánicos. La música grupal andina se coordinaba, al parecer, a través de la danza. El sonido metálico, suave y tintineante de los sonajeros prendidos a la ropa, marcaba el movimiento del danzante. Las representaciones de soldados en Moche, Vicús y Wari incluyen sonajas metálicas adosadas a la cintura.