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Varinia Varela, encargada de Registro y Documentación de Colecciones: “La etnoarqueología me llena el alma”

¿Alguna vez han escuchado a un niño o niña decir “quiero ser arqueólogo”? Es poco usual hasta el día de hoy, pero para Varinia Varela, encargada de registro del Museo Chileno de Arte Precolombino, hubo una instancia que lo cambió todo. A los 12 años su papá la invitó a Rapa Nui, allí se sintió hipnotizada con lo que se revelaba ante sus ojos. “Cuando estuve entremedio de las cuevas me dije: esto es lo mío. Esa experiencia de estar entre socavones me alucinó”, relata.

Pese a las ganas que tuvo desde muy pequeña, entrar al mundo de la arqueología no fue fácil. Primero estudió ingeniería, pero fue tal su rechazo que estuvo solo un año. Después se fue a Concepción, pero las condiciones no fueron sencillas: era 1978 y el país estaba en plena dictadura. La falta de conexión con su familia la hizo retornar a Santiago, donde tiempo después entró a la Universidad de Chile.

“Mi primer acercamiento a la arqueología fue en el norte, en la Región de Antofagasta. Allá fueron mis primeros congresos y las primeras excavaciones. Después la reconocida arqueóloga y profesora Victoria Castro me convocó para participar en otros proyectos, donde conocí a Carlos Aldunate, actual director del Museo, y José Berenguer, curador jefe del mismo”, cuenta.

Estuvo más de un año viviendo y haciendo su práctica en San Pedro de Atacama.

La cerámica es su especialidad en el área de arqueología. Varinia ha desarrollado un lazo que no se agota solo en lo profesional: vivió con los alfareros de Toconce, en la Región de Antofagasta, donde aprendió este quehacer en sus condiciones originales. “Estuve trabajando con unos abuelitos, unos alfareros de 90 años”, puntualiza.

Varinia trabajó en la costa de Antofagasta durante ocho años y estuvo dos décadas investigando en la precordillera de Atacama. “Tuvimos un proyecto que nos dimos vuelta todos los rituales del año. Estuvimos desde enero a enero en todos las ceremonias de ganadería, de agricultura, de difuntos, de los agricultores y pastores de esa zona”.

“No veo la arqueología desde otra perspectiva que no sea la etnoarquelogía, esta es la que me llena el alma. Necesito saber de la tradición actual de los objetos para que me otorguen datos y para así poder interpretar lo que estoy viendo. Para eso voy al origen”, explica.

¿En qué consiste la labor de registro?

El registro consiste en describir, clasificar, documentar y mantener ordenadas nuestras colecciones y que uno sepa buscar en el momento que quiera cualquiera de nuestras piezas.

¿Cuáles son las principales complicaciones del área?

A momentos es un trabajo que luce muy poco, no es un trabajo que desborde. Es meticuloso, paulatino, de bajo perfil y que la gente, si no lo ha hecho, no se da cuenta de la cantidad de trabajo y estudio que significa.

¿Cuál es el sistema de registro que se utiliza en el Museo?

Nuestro sistema de registro es propio, lo hemos desarrollado trabajando junto a Jerome Smith (informático) en esta colección de arte precolombino. Consta de una ficha museológica donde tienes la descripción, la fotografía, el lugar donde está, las medidas, el estado de condición, la asignación cultural, la asignación cronológica, los materiales empleados en hacerlo, en fin. Después tienes una ficha de información confidencial; quien la donó, cuánto sería su avalúo y algunas cláusulas. Finalmente tienes la ficha de conservación que es según materiales y que se ordena por número de pieza.

¿Qué aspectos se considerar en el proceso de registro?

Lo primero que se hace cuando llega una pieza, que nos pasa habitualmente con una donación, es que tenemos que darle un destino. Nosotros dividimos estas piezas en colecciones distintas: una es la colección de arte precolombino, otra es una colección de estudio y tenemos también una colección de préstamos extendidos de otros museos o de particulares. Llega la pieza y se le hace una ficha de registro que significa ponerle un nombre, que es el número correlativo, describirla, hacerle fotografías, medirla, pesarla, ver su estado de condición y darle un lugar. Cuando se hace la evaluación y el estado de condición, derivas la pieza a los restauradores.

¿Cuántas piezas han pasado por tus manos?

El Museo tiene diez mil fichas, así que he analizado al menos diez mil piezas. Durante muchos años las colecciones llegaban y el registro se hacía aquí, ahora no se hace tanto porque las instituciones han desarrollado sus propios registros.

El sector de depósito del Museo posee objetos funerarios de miles de cementerios de diferentes partes de América. ¿Crees que las piezas llevan el sello de quien las utilizó y para qué las utilizó en su momento?

Yo creo que sí, pero es bien delicado ese tema. Yo entro todos los días aquí y saludo, haya o no uno de nosotros trabajando. Procuramos tener buena onda en el depósito, lo que suele ser así. Una vez me enfermé en terreno, tenía un ojo imposible, y una abuelita me miró y me dijo: “tú tienes un golpe de los abuelos, ¿estuviste viendo mucha piedra?” Yo quedé impresionada. Justo había un colega que estaba haciendo un trabajo sobre los morteros y habíamos estado fichando morteros. Le digo a la abuela que sí y ella me llevó a un manantial, me hizo remedios con harina, con plumas y otros elementos, mientras me instruía hacia dónde tenía que mirar. Yo hice absolutamente todo y me entregué. Al par de horas ya no tenía nada.

¿Cuál es tu pieza de cerámica favorita?

Tengo muchas. Hay un personaje que encuentro guapísimo, que tiene la mitad del cuerpo tatuado, pintado o decorado y que se encuentra en la sala introductoria. La otra pieza que me gusta es una ronda, que parece que fue hecha por niños porque luce infantil, de un material como la plasticina, pero debe ser muy difícil de hacer. Una pieza que no es de cerámica y que me gusta mucho es el quipu, lo encuentro fantástico, me gusta la impresión que causa en la gente cuando lo entienden.

¿Cómo evaluarías la experiencia de enseñar, ya sea en la instancia con el público en el Museo o en tus talleres?

Hemos hecho diferentes talleres de cerámica y además tengo 20 años haciendo clases. De alguna forma uno va entregando lo que ha aprendido en la universidad, pero con el público más general lo encontré interesante. Es distinto a la experiencia de los talleres, porque la gente te hace muchas preguntas y puedes ver el acercamiento que tienen, que es muy diverso. Lo encuentro bonito, el hecho que uno pueda traspasar lo que siente y lo que sabe sobre un objeto a las personas, creo que es un aporte.

#EnelLaboratoriodelPrecolombino

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Texto: Diana Torres.
Fotos: Oriana Miranda.