Gorros para la guerra

Para proteger la cabeza en los combates, los guerreros del desierto llevaban una gruesa capucha de lana y sobre ella, un sólido casco de madera.

Entre 1000 y 1400 d.C., los enfrentamientos con lanzas, mazas, hondas, hachas y flechas fueron comunes en los Andes. Es decir, se abatía al contrincante principalmente mediante armas punzantes, de corte o de fuerte impacto. La cabeza era uno de los principales blancos en los combates. De hecho, la mayoría de las lesiones que presentan los cuerpos en los cementerios se encuentran en el hueso parietal izquierdo y en la nariz, y fueron inflingidas con objetos contundentes, seguramente mazas y manoplas. No todos, sin embargo, iban desprotegidos a los campos de batalla. Como defensa para la cabeza, los guerreros del norte de Chile llevaban un sólido casco de madera. Al frente, el casco presentaba una estrecha escotadura rectangular que protegía el rostro y facilitaba la visión. La pieza iba atada bajo el mentón con un cordel. Diseños con lanas de colores en la superficie del tocado y artefactos sujetos a él a manera de insignias, desempeñaban probablemente funciones heráldicas o de rango. Llamativos penachos de plumas servían acaso para aumentar la estatura del combatiente e intimidar al adversario, y, junto con la pintura facial, quizás le proporcionaban una suerte de “blindaje ritual”. A modo de amortiguación, entre el casco y la cabeza llevaban enfundada una capucha, cuyas faldas caían sobre la espalda y los hombros. Densas mantas de lana, que absorbían los impactos, y, sobre todo, gruesos petos y espaldares hechos con cuero de caimán o de lobo marino, brindaban protección al cuerpo en los ataques.