Chile bajo el imperio de los Inkas – 2009
Una arquitectura al servicio del imperio
En muchos casos, las instalaciones inkaicas reflejaban concepciones reales y mitológicas del Cuzco, constituyéndose de esta manera en representaciones de la visión del mundo de los inkas. En cierto modo eran una suerte de extensión de la capital del imperio. La forma de gobierno que los inkas ejercían en las provincias, sin embargo, requería no sólo imprimir en la arquitectura conceptos simbólicos que fueran instrumentales para reforzar la imagen de poder del Tawantinsuyu, sino también crear una bien definida distribución de los espacios para tratar con los súbditos. La mejor prueba de esto es que las fincas de los gobernantes, situadas en el núcleo del imperio, no requerían de este tipo de simbolismo y distribución del espacio.
El elemento arquitectónico más frecuente en tambos y centros administrativos era la kancha, un recinto rectangular con una o más habitaciones de techo pajizo a dos aguas y un patio central. Otra construcción emblemática era la kallanka, un largo edificio rectangular con techo similar, que servía para alojar soldados y otros grupos de viajeros, así como para celebrar los banquetes con que el funcionario estatal agasajaba a los trabajadores que servían las mitas o turnos laborales. Algunos asentamientos disponían de aukaipatas o plazas simples o dobles como foco central del sitio, y en ocasiones, de un ushnu o plataforma para administrar el trabajo, impartir justicia y dirigir el culto. Como regla general, las dimensiones de estos espacios construidos eran proporcionales al tamaño de la población que administraban.
Chungara
El tambo de Chungara
Al sur del lago Chungara, estratégicamente escondido en la ladera de una loma, el Tambo Chungara consiste en una hilera de siete habitaciones rectangulares emplazadas en la parte alta del asentamiento. Sus puertas dan a un corredor emplantillado con piedras y a un gran patio rectangular, ambos sobre una terraza artificial más baja que el nivel de las habitaciones. En su extremo sur hay una plataforma rectangular parecida a un ushnu. Se ingresa al conjunto arquitectónico subiendo por seis escalones de piedra que comunican con un pasillo situado entre la plataforma y el patio. Los muros mejor conservados alcanzan más de 2 metros de altura. Fueron construidos con piedras traídas de los volcanes vecinos y talladas en el sitio para lograr volúmenes macizos y paramentos bien alineados y aplomados. En su momento, las paredes interiores de los cuartos estuvieron elegantemente enlucidas con barro batido, generando ambientes acogedores que permitieron a sus moradores soportar mejor las frías temperaturas de la puna.
Se piensa que desde aquí los inkas habrían dirigido la crianza y el manejo de llamas y alpacas. Junto a los tambos de Tacora, Pisarata, y Ancara, Chungara sería parte de una línea de pequeños asentamientos situados sobre los 4.000 metros de altura que controlaban los rebaños del Estado en los ricos bofedales de la puna de Arica. También se ha propuesto que habría sido un lugar de carga o descarga de llamas en tránsito. La calidad del edificio, sin embargo, indica una función originalmente más importante. Puesto que los cronistas españoles relatan que por el lago Chungara pasaron Topa Yupanqui y su ejército para sofocar una rebelión de los collas en el lago Titicaca, cabe la posibilidad de que estas ruinas hayan sido el cuartel general desde donde el Inka y sus jefes militares planearon el ataque que sorprendió a los rebeldes por la retaguardia. Se podría conjeturar que desde la plataforma el soberano inspeccionó a sus tropas antes de conducirlas al combate.
Posteriormente, el sitio puede haber desempeñado funciones como centro ganadero estatal o como simple estación caravanera. A principios del siglo XX, fue la morada de una familia de pastores aymaras.
Inkahuano
Un taypi estatal en Inkahuano
El Tambo de Inkaguano es uno de los exponentes de la arquitectura inkaica provincial que mejor se conservan en Chile. Se encuentra en el altiplano de Tarapacá, cerca del poblado actual de Cariquima, junto a uno de los caminos inkas transversales que unen el altiplano boliviano con el valle de Tarapacá. Está en una zona de arbustos y pajonales, donde existen un afloramiento rocoso y múltiples manantiales, dos elementos simbólicamente importantes en el planeamiento inkaico de este tipo de instalaciones. Rodean el área varios cerros sagrados, como el Sojalla, el Queitani y un poco más lejos, el Tata Jachura, este último con construcciones inkaicas en su cima.
Sobre una plataforma de nivelación con muro de sostenimiento del lado de la quebrada, hay una plaza rectangular rodeada por una kallanka, cuatro qolqas o bodegas rectangulares dispuestas en cruz y una kancha de tres unidades habitacionales con sus vanos abiertos al patio central. La kallanka y las viviendas de la kancha conservan los hastiales sobre los que antaño descansaban techos a dos aguas. Vecino al conjunto se encuentran dos grandes recintos rectangulares pareados cuya función es incierta. Un canal en la parte alta del asentamiento recogía las aguas lluvia que descendían por la ladera y las desviaba hacia una pequeña quebrada, evitando que inundaran los edificios. Los muros son de doble hilera de piedras parcialmente trabajadas, pegadas con argamasa de barro y revocadas por dentro y por fuera con un enlucido de limo fino. Varias construcciones presentan vanos de acceso con la característica forma trapezoidal de los edificios inkaicos. En la periferia del sitio, una treintena de recintos circulares y rectangulares indican que este tambo fue levantado sobre un antiguo asentamiento local.
Situado en el centro de una zona de espacios productivos secularmente disputados, durante el reinado inkaico este pequeño asentamiento estatal disipó viejos conflictos entre gente de la altiplanicie y de la pampa del Tamarugal. En una zona cercana al sitio, a los pies del cerro Taypicoyo, un lindero formado por ocho mojones de piedras o sayhuas puede haber sido parte de la línea demarcatoria que en el siglo XVII los caciques tarapaqueños y carangas refrendaron ante las autoridades españolas, enfatizándoles que el deslinde “venía del tiempo de los inkas”. Así, el Tambo de Inkaguano parece haber operado como un taypi o centro de organización territorial entre las principales zonas habitadas de la región. Su función parece haber sido más ceremonial que productiva y su ocupación mucho más esporádica de lo que insinúan sus imponentes edificios. Mientras su contraparte de las tierras altas debe haber estado en algún importante centro administrativo del altiplano de Oruro en Bolivia, su contraparte de las tierras bajas estuvo con toda seguridad en el poblado de Tarapacá Viejo, un gran asentamiento de data preinkaica que fue parcialmente remodelado durante el inkanato y que los españoles ocuparon hasta los comienzos del siglo XVII. En la actualidad, las ruinas del Tambo de Inkaguano se hallan celosamente resguardadas por la población del vecino caserío aymara de Quebe.
Turi
Violencia ritual en el Turi
Con alrededor de 620 recintos, Turi fue el más grande de los poblados atacameños. Sus ruinas se hallan a unos 40 km al este de Chiuchiu, en la cuenca alta del río Salado. En tiempos preincaicos, este asentamiento fue el centro de una zona de quebradas rica en población, forraje para los rebaños, producción agrícola y recursos mineros. Emplazado sobre una oscura colada de lava, domina una extensa vega y controla un hinterland que comprende la aldea de Likán en Toconce, el valle de Caspana, la mina de cobre de Cerro Verde, la aldea de Topaín y el asentamiento agrícola de Paniri, entre varios otros.
Cuando los inkas asumieron el control de Turi, destruyeron el espacio más sagrado del poblado, instalando allí sus emblemáticas edificaciones. Arrasaron el sector donde sus habitantes adoraban a sus ancestros para edificar allí una kancha de tres habitaciones. En este proceso, a lo menos tres chullpas o torreones fueron borradas hasta los cimientos, un acto de violencia ritual similar al practicado en otros poblados andinos, como es el caso del sitio Los Amarillos, donde los inkas destruyeron las sepulturas de los tres ancestros tutelares de esa comunidad de la quebrada de Humahuaca. Tanto en ese sitio como en el de Turi, esta práctica sugiere que las poblaciones locales no se sometieron al imperio por medios diplomáticos. Opusieron, al parecer, resistencia al invasor. Posteriormente, en una radical fase de remodelación, los inkas construyeron en Turi un muro de gran altura y demolieron la kancha inicial, edificando en su lugar una plaza y 12 recintos, incluyendo dos kallankas, una de las cuales se levanta todavía dentro de la plaza. Construida sobre grandes cimientos de piedra y con muros de adobones, esta kallanka de 26 metros de largo es la más grande en nuestro país. En vez de cimientos, en una de sus esquinas enterraron el cráneo de un hombre de unos 30 años de edad, ofrenda que parece haber sellado finalmente una alianza con la población nativa. A la postre, sin embargo, este rito fundacional desestabilizaría esa parte del edificio.
Se ha dicho que, por lo general, los inkas preferían ubicar los centros administrativos cerca pero no dentro de los asentamientos locales. No obstante que en Turi hicieron pasar el camino que venía del altiplano de Lípez a San Pedro de Atacama por el poblado, éste no operó simplemente como un tambo más del sistema vial, sino como uno de los principales centros de la administración inkaica en territorio atacameño.
Viña del Cerro
Fundiendo metales en Viña del Cerro
En el valle de Copiapó, el sitio de Viña del Cerro acaparó una parte de la producción minera de cobre del país. En la cuenca alta de este río, el abanico fluvial formado por sus ríos formativos, el Jorquera, el Pulido y el Manflas, ofrece numerosas vegas, riachuelos, yacimientos mineros y rutas naturales dirigidas hacia todos los puntos cardinales. Allí los inkas construyeron más de 30 asentamientos, incluyendo el asentamiento de Iglesia Colorada, el Pukara de Punta Brava, el centro administrativo de La Puerta y el establecimiento de Viña del Cerro, el único centro metalúrgico inkaico conocido en Chile y uno de los pocos documentados en el mundo andino.
Sobre la cima de una loma de Viña del Cerro, lugar antiguamente conocido como “Painegue”, los inkas construyeron un asentamiento de cuatro unidades de piedras y adobones que desempeñaron distintas funciones. La kancha consta de un recinto rectangular amurallado de grandes proporciones, en cuyo interior existen tres recintos con vanos abiertos al patio mayor, cada uno con dos habitaciones para alojar a unos seis mitayos. Cerca de una de las esquinas de este gran recinto, hay también una plataforma o ushnu a la que se subía por siete peldaños, desde el cual se dirigía el centro. Aquí seguramente tuvieron lugar las ceremonias de hospitalidad con que el estado retribuía el trabajo de los mitayos. Otra unidad arquitectónica, situada en una hondonada, es un pequeño recinto amurallado con un cuarto en su interior dotado de poyo o cama andina, donde aparentemente residía el funcionario estatal a cargo del establecimiento. La tercera unidad, es una casa rectangular situada junto a una vertiente que brota en la ladera, donde vivía el operario encargado del abastecimiento del agua. La cuarta unidad, emplazada en una loma fuertemente azotada por el viento, consiste en 26 bases de huayras u hornos dispuestos en tres hileras. De seguro, originalmente sus paredes tenían agujeros para que circulara el aire necesario para generar las altas temperaturas requeridas en la fusión del mineral. Estos hornos de fundición, así como restos de minerales, artefactos de molienda, escorias, restos de moldes para lingotes, crisoles y otros instrumentos especializados, demuestran claramente que allí operó un establecimiento metalúrgico. El metal fundido, sin embargo, partía sólo como producto semielaborado hacia los centros artesanales trasandinos, donde volvía a fundirse para manufacturar hachas, cuchillos y otros objetos bajo formas inkaicas.
Se calcula que en este establecimiento metalúrgico había siempre entre 18 y 20 trabajadores de ambos sexos, la mayoría provenientes de localidades cercanas, como Punta Brava, La Puerta y los propios alrededores de Viña del Cerro.
Los infieles
Los infieles del Elqui
En una quebrada tributaria del río Elqui, muy cerca de la moderna ciudad de La Serena, Los Infieles es el sitio inkaico de mayores dimensiones encontrado hasta ahora en el corazón del territorio Diaguita. Su medio centenar de recintos está sobre una meseta, a media altura del cerro de ese nombre, en una zona rica en recursos mineros y cerca de un probable cruce de rutas inkaicas. El asentamiento comprende cinco principales unidades arquitectónicas, la mayoría asimilable al concepto de kancha. Consisten en grandes recintos amurallados cuadrangulares, rectangulares y en forma de “L” y “D”, dotados de un número variable de recintos interiores o de recintos adosados a ellos por el exterior. El sitio habría funcionado como campamento para los mitayos que cumplían turnos de trabajo en las faenas mineras de las vecindades.
El suministro de alimentos para el enclave provenía tanto del litoral marino como del vecino valle del Elqui. Las basuras encontradas en el sitio muestran que la dieta de sus ocupantes estuvo compuesta de roedores, camélidos, lobos de mar, peces y moluscos marinos, pero el menú debe haber incluido también carbohidratos. Después de todo, la mita agrícola había sido duramente impuesta a la población nativa del Elqui. En su Crónica y Relación Copiosa de los Reinos de Chile, Gerónimo de Vivar relata en 1558 que cuando los habitantes de este valle se negaron a abrir una acequia, los inkas mataron a más de 5 mil de ellos. El cronista deja entrever que, como parte del escarmiento, una fracción de la población sobreviviente fue trasladada hacia otras provincias del imperio.
Ojos de agua
El tambo Ojos de agua
Sesenta kilómetros al este de la ciudad de Los Andes, por la banda norte del río Juncal y a unos 200 metros de unos manantiales, Tambo Ojos de Agua representaba la última detención en el camino del inka antes de comenzar el ascenso de la cordillera en dirección a Mendoza o, si se venía del otro lado del macizo andino, la primera parada adonde era posible pastear a los animales y gozar de un clima más benigno después de la dura travesía. Incluso en pleno invierno se acumula poca nieve en este lugar.
El sitio se halla sobre una amplia explanada, apegado a las faldas de unas lomas que lo protegen de los vientos que suben por el cajón del Juncal. Consiste en un muro perimetral en forma de “U” abierta, que corre desde la orilla del río por la base de la loma meridional y luego tuerce al norte por los pies de la loma occidental, hasta llegar a una gran roca, donde vira por corto trecho hacia el este. Más allá de esta roca, dos muros, uno recto y otro en forma de “L”, flanquean un segmento de unos 150 metros del camino inkaico que venía de Argentina por el paso de Uspallata. Un muro recto perpendicular a estos dos últimos, pero cortado por la moderna carretera entre Santiago y Mendoza, también parece haber formado parte del conjunto arquitectónico. El asentamiento consta de 21 recintos rectangulares, la mayoría en el interior del muro perimetral, unos pocos fuera de éste y al menos tres de ellos al borde del camino. Sobre una de las lomas se observan dos recintos circulares que han sido interpretados como qolqas.
Las excavaciones arrojaron fragmentos de ollas y cántaros sin decoración, así como fragmentos decorados de aríbalos, platos y botellas tipo aisana, escudillas de estilo Diaguita, vasijas Inka-Paya y escudillas que recuerdan el estilo Aconcagua. Otros restos comprenden puntas de proyectil, agujas de cobre, discos de pizarra y cuentas de conchas de moluscos de agua dulce y marinos. A juzgar por las basuras, la dieta de los ocupantes consistió principalmente en carne de llama y guanaco, jurel, merluza, maíz, ají, poroto, quinua y papa.
La función más evidente del sitio fue la de posta para el cruce de la cordillera, para lo cual debe haber estado muy bien aprovisionado por los mitayos a su cargo. Se ha planteado, no obstante, la posibilidad de que, además, fuera una de las principales estaciones para ascender el monte Aconcagua, en cuya cumbre los inkas rendían culto a una importante waka regional. Durante la Colonia y en el siglo XIX, el tambo fue intensamente ocupado por los viajeros que hacían la ruta transcordillerana, incluso una de las seis columnas del Ejército Libertador pasó por esta ruta en 1817. Hoy en día, los automovilistas que circulan rauda y cómodamente por la carretera internacional, no sospechan que pasan junto a unos de los puntos más necesarios y esperados antiguamente de toda la travesía de los Andes.
Chena
La fortaleza de Chena
Las fortificaciones inkaicas localizadas al sur del río Maipo revelan cierto clima de inestabilidad y la necesidad de defensa de grupos hostiles más meridionales. Para tratar este tema presentaremos los casos del Pukara de Chena y del Cerro Grande de La Compañía.
La guerra para los inkas estaba estrechamente relacionada con la religión y los combates con sus adversarios estaban cargados con un fuerte contenido ceremonial. Considérese el caso del Pukara de Chena. Al sur de Santiago, este sitio inkaico se levanta sobre una estribación del cordón de Chena, dominando visualmente el curso medio del río Maipo, la angostura de Paine y la waka inkaica de Chada, que controlaba un asentamiento de la cultura Aconcagua situado a los pies de este cerro-isla. La localización de Chena en un punto estratégico para vigilar el movimiento de gente, su emplazamiento en un espolón de difícil ascenso y sus características constructivas dejan pocas dudas de que se trata de una fortaleza. Consta de dos muros defensivos concéntricos, hoy derruidos, que circunvalan gran parte del asentamiento. Cada uno presenta en su lado sur sendas entradas controladas desde un par de torreones que vigilan el acceso. El muro superior encierra una extensa área del cerro, en cuya cima hay una explanada o reducto de cumbre con un gran recinto rectangular amurallado, al cual se adosan por el exterior varios recintos menores: uno junto al muro norte, otro cerca de la esquina noroeste y tres apegados a su muro sur. Dos de estos últimos dejan un corredor como único acceso a la explanada de la cima.
Los cementerios asociados al asentamiento indican que sus ocupantes no fueron todos individuos de paso, sirviendo mitas en el ejército y regresando al cabo de ellas a sus regiones de origen, sino residentes con suficiente arraigo en la zona como para ser sepultados en el lugar. De hecho, la cerámica de estilo Inka Local depositada como ofrenda funeraria es mayoritaria, siendo las piezas Diaguita-Inka notoriamente más escasas, lo que indica que allí se enterraron de preferencia grupos inkaizados de Chile central. Como en muchas fortalezas andinas, en la de Chena los inkas y sus aliados luchaban contra sus enemigos protegidos por muros defensivos, pero también por el poder de sus ancestros o antepasados.
La compañía
El bastión del Cerro del Inka
Al sur de la angostura de Paine, en el Cerro Grande de La Compañía, conocido también como Cerro del Inka, está el asentamiento más meridional del Tawantinsuyu. Es un sitio fortificado que controla visualmente una amplia área de la región. Consiste en tres muros concéntricos que protegen distintos niveles del promontorio y unas 19 estructuras, incluyendo cinco recintos cuadrangulares de uso habitacional, una estructura escalonada, otra circular grande con vano y 11 bodegas circulares más pequeñas. El sector más resguardado se encuentra en la cima de este cerro-isla. De modo semejante al Pukara de Chena, se ingresa al reducto de cumbre por un pasillo situado entre dos recintos que controlan el acceso.
El fuerte revela que los inkas encaraban amenazas de grupos sureños. A los cronistas europeos, por ejemplo, se les dijo que Topa Yupanqui decidió fijar el lindero meridional del imperio en el río Maule. Quizás, fue una manera decorosa de decir que los ejércitos del Inka se toparon allí con las mismas tribus que tanta resistencia opusieron posteriormente a los españoles en la Guerra de Arauco. La Batalla del Maule, mencionada por varios cronistas, donde las tropas inkaicas habrían sido derrotadas, señala probablemente este punto de inflexión en los afanes de conquista de los cuzqueños hacia el Chile austral. De hecho, no se han encontrado asentamientos probadamente inkaicos más allá del bastión de La Compañía. El sitio La Muralla, situado al sur del río Cachapoal y frente a la laguna de Tagua Tagua, presenta muros con características foráneas, pero no se ha establecido aún su afiliación inkaica. Así, a 2.500 kilómetros del Cuzco, La Compañía marca por ahora el límite meridional del dominio efectivo de los inkas, después del cual se extendía una amplia e inestable zona de frontera, plagada de grupos belicosos, donde la penetración inka tenía el carácter de simples incursiones.
Esta situación no fue obstáculo, sin embargo, para que los inkas se relacionaran con estos grupos mediante acuerdos y contactos de diferente tipo. Prueba de ello es que se han encontrado cerámicas y hachas de metal de estilo inka tan lejos como Valdivia, adonde arribaron tal vez como botín de guerra o, por qué no, de mano en mano a través de vínculos de intercambio. Algunos cementerios locales, por otra parte, como el encontrado en Rengo, evidencian contactos con los inkas. Otro ejemplo de esta volátil situación de frontera se encuentra a unos 22 kilómetros al suroeste del Cerro Grande de La Compañía, en un cerro-isla conocido como Tren Tren, topónimo de fuerte connotación simbólica en las creencias de los mapuches. Se trata de una tumba situada dentro de una cueva sellada, donde fueron sepultadas partes del cuerpo de cuatro niños cuyas edades iban de los nueve meses a los nueve años. Las ofrendas de vasijas que acompañaban a los infantes corresponden mayoritariamente a diferentes estilos cerámicos de origen local. Lo interesante es que comparten el espacio mortuorio con varias vasijas de estilo inka, similares a las encontradas comúnmente a lo largo del Tawantinsuyu. Aunque no es posible profundizar mayormente en el significado de este simbolismo de frontera, llama la atención que en la Araucanía los cerros con este nombre operen como hitos demarcadores y que en el norte del país ciertos cerros se usasen como linderos entre grupos étnicos y como hitos donde los caciques se reunían para conversar sus diferencias y tomar diversos acuerdos.
Construcción de la Kallanca Turi (Animación)
Los inkas destruyeron el sector más sagrado del poblado de Turi, en el desierto de Atacama, para instalar allí sus emblemáticas edificaciones. En esta animación es posible observar la construcción de la kallanca de Turi.