Comida para los dioses

Comida para los dioses

Comida para los dioses

Comida para los dioses

Comida para los dioses

Los pueblos andinos ofrendaban minerales para alimentar a los dioses y conseguir así sus favores. Lo hacían de forma tal que la calidad de la ofrenda justificara la eficacia de los servicios divinos. Estas deidades eran voraces consumidoras de ofrendas. Las mesas rituales eran ofrendas culinarias hechas, precisamente, para satisfacer ese apetito sobrenatural. Los «platos» que colmaban sus preferencias eran mesas compuestas por diversos ingredientes, que se manipulaban durante el proceso de elaboración conforme a los particulares gustos culinarios de los comensales sagrados. Los “alimentos” se acompañaban de libaciones con chicha de maíz, quínua o algarrobo, según el gusto de los dioses agasajados y, más seguramente, de los agasajantes.

Entre los principales ingredientes del banquete ritual andino estaban los minerales. Pequeños trocitos de turquesa, crisocola, sodalita y otros minerales de cobre, en bruto o bajo la forma de pequeñas cuentas de abalorio, aparecen en geoglifos, pozos de ofrendas, cajitas y montículos ceremoniales, generalmente junto a los senderos de caravanas de llamas que surcaban el desierto y la puna en tiempos prehispánicos. Estos trocitos verdes o verde-azulados son los ingredientes que se han preservado hasta nuestros días de la “comida de los dioses” dejada por antiguos llameros como parte de sus ritos de viaje. En sus creencias, los animales, los caminos, la buena suerte y todo aquello que es vital en una expedición de intercambio, no pertenece a los seres humanos, sino a las deidades que habitan la tierra y los cerros. De no satisfacerse adecuadamente el apetito divino, sobrevenía la “deuda de ofrenda”, que dejaba a los viajeros sin protección de los múltiples peligros y las duras condiciones de vida en los Andes.