El rostro de la muerte

El rostro de la muerte

El rostro de la muerte

El rostro de la muerte

El rostro de la muerte

El rostro de la muerte

El rostro de la muerte

El rostro de la muerte

La utilización de máscaras para sustituir el rostro y conferirle al individuo las cualidades que ellas representan, es una práctica muy común en diversas culturas del mundo. En los Andes precolombinos las máscaras fueron también frecuentes, aunque se han encontrado muy pocas concebidas para ser utilizadas en vida. La mayoría se relaciona con los rituales funerarios. En estos rituales las piezas de metal desempeñaron un papel central, siendo el oro y más a menudo el cobre, las materias primas por excelencia para la confección de máscaras para difuntos prominentes en culturas como Moche, Wari, Nasca o Sicán. Estos objetos, juntos con un ajuar mortuorio compuesto de ricas vestimentas, finas vasijas de cerámica y joyas, entre otras cosas, glorificaban la vida de la elite de la sociedad y comunicaban la alta posición social de los individuos.

En la cultura Moche las máscaras eran puestas directamente sobre el rostro del difunto, mientras que en Sicán eran colocadas en el exterior de un gran fardo de textiles que envolvía el cadáver. El fin era reemplazar la faz del muerto -que inevitablemente sufriría los rigores de la descomposición- por un rostro metálico cuya forma, color, brillo, durabilidad y aditamientos, representaban los atributos más sagrados. Mediante este poderoso procedimiento simbólico, los muertos de las elites gobernantes reafirmaban los vínculos de su linaje con las divinidades y, por lo tanto, transferían ritualmente sus derechos políticos, sociales y económicos a sus descendientes.